Era una mañana muy fría. Toda la calle estaba cubierta de nieve, los niños jugaban en los jardines y había salido el sol. Yo paseaba despacio por el pueblo, mirando a mi alrededor pero metida en mis pensamientos. Mientras expulsaba vapor por la boca, me di cuenta de las ganas que tenía de escapar de allí. Entonces, eché a correr. Fue un impulso que sentí por dentro. Corrí sin mirar a donde iba, y el destino no tardó en llegar. De repente caí al suelo tras chocar contra alguien. Tenía la vista nublada, y cuando me percaté de lo ocurrido, alcé la vista hacia arriba. Él era perfecto. Y yo me quedé embobada por unos segundos.
-Lo siento muchísimo, ¿estás bien?- dijo preocupado, pero con una sonrisa perfecta en los labios.
-Sí...- contesté sin saber qué decir.
-¿Cómo te llamas?- preguntó estirando el brazo hacia mí para ayudarme a levantarme.
-Me llamo Lucía, y ha sido mi culpa por no mirar a dónde iba- dije volviendo en mí, pero tímida aún.
-No te preocupes. Y encantado de conocerte. Ahora tengo que irme, pero podríamos vernos más a menudo- dijo sonriendo y dándose la vuelta.
Y así, se fue sin más. Y me sentí triste por un momento. Sentí que ya nada sería igual, que todo iba a cambiar. Que mi vida ahora dependía de aquel chico y él ocuparía todos mis pensamientos. Y encima, lo había dejado ir... y yo seguía allí de pie, mordiéndome el labio con una sonrisa tonta, pensando en todo. Y entre tanto pensamiento, me dí cuenta que aún no sabía el nombre del chico de mis sueños.
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