Pasar de la felicidad a la desesperación en un segundo. Todo por un maldito teléfono. Nunca sabes cuando pueden ocurrir las cosas que menos esperas. Y tampoco sabes cuánto hay que aprovechar la felicidad mientras la tengas. Yo haciendo el tonto con mi mejor amiga, y mi hermanito pequeño muriéndose en el hospital. Cuando llamaron a casa de Paula era mi madre, desesperada y triste. Llamaba desde el hospital. Habían atropellado con un coche a mi hermano Dani, de 6 años, que iba con su bicicleta. Estaba aprendiendo a montar y cruzó la carretera... Seguro que me buscó para practicar. Y yo no estaba allí. Puf, nada más pensarlo es como si me dieran una patada en la barriga. Joder, si yo hubiera estado para evitarlo. Pero no, tenía que estar pensando nada más que en tonterías. Soy una egoísta y no me merezco nada. Todo se me pasa por la cabeza de camino al hospital en el coche de la madre de Paula, Carmen.
-Lucía no te preocupes, se va a poner bien- me dice ella, que me ve muy angustiada.
En el hospital todo está triste y apagado. Se puede ver en la gente de mi alrededor. Buscamos rápidamente a mi madre.
-¿Está bien? ¿Qué ha dicho el médico?- digo yo nada más verla. Entonces, a mi madre se le saltan las lágrimas y Carmen sin pensarlo le da un abrazo y la consuela en sus brazos sin necesidad de decir una palabra. Esa es la diferencia de ser maduro a no serlo. Me siento una cría sin poder ni siquiera haber controlado la situación. Nunca hables si no puedes mejorar el silencio. Y entonces yo también siento muchas ganas de llorar y desahogarme. Paula, que está a mi lado, me da otro gran abrazo. Nos quedamos así las cuatro, llorando en silencio y esperando la llegada de algún médico.
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