Pronto llegó también mi padre muy preocupado y todos juntos esperamos impacientes al médico. Al fin apareció y nos dijo que Dani no había sufrido nada grave. Menos mal, no sé que hubiera hecho si le llega a pasar algo a mi hermanito. Nos dejaron verlo en su habitación. Mis padres pasaron primero y después entré yo. Tenía ganas de abrazarlo, besarlo y contarle mil cosas, pero al verlo allí tumbado tan indefenso e inocente, lo único que me salió fueron las lágrimas y tuve que esperar fuera. El día después le dieron el alta y me pasé todos los siguientes días junto a él. Era como el perdón por no haber estado allí en el accidente. Creo que desde entonces me sentí más adulta y responsable, ya no era la misma cría del otro día que saltaba con mi mejor amiga. Llegó el día 31, Nochevieja, y por supuesto no fui a ninguna fiesta. Paula lo comprendió, aunque la dejé a ella ir. No tenía la culpa de mis actos. Y así pasé aquellas extrañas Navidades. Mi deseo de año nuevo fue diferente al de otros años, que siempre era sobre mí. Ahora lo único que quería era que no les pasará nada a mis seres queridos, y eso pedí. Dejé de pensar en aquel desconocido que me gustaba tanto y comencé a ajustarme más a la realidad. Más tarde, las clases empezaron y volví la rutina de siempre. La verdad, no pasó nada novedoso ni importante. Estudiaba durante la semana, y el sábado salía con mis amigos. Y aunque mi vida transcurriera sin problemas, sentía que todavía me faltaba algo, me sentía vacía. Puede que aun estuviera esperando ese amor que nunca llegó...
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